Fondo Juan Antonio Ligoule
Transcurría el siglo XX cuando, en la mitad de ese transcurso, llega a esta ciudad de Salta Juan Antonio Roque Ligoule, familiarmente “el Gringo” casi adolescente, para acogerse junto a su madre, en el seno de la familia paterna después de la temprana desaparición física de su padre.
Nacido en la ciudad de Tucumán, debió sus dos primeros nombres a la herencia familiar, como en ciertos circuitos se estila(ba); el tercero, Roque, a la devoción materna por el Santo, parroquia a la que pertenecía su hogar y cuya celebración se concreta cada 16 de agosto como en éste de 1931, día de su nacimiento.
Estas dos marcas señalan el trazado de una vida: temprana orfandad y consecuente desarraigo, seguramente habrán jugado un papel decisivo en sus elecciones vitales que lo configuraron como un buscador de horizontes creativos, claramente desprendido de intereses puramente materiales.
Se integró desde entonces a una sociedad en la que todavía los valores en vigencia se enriquecían abrevando en los cántaros de la honestidad y la rectitud, en relación contradictoria con el arraigado conservadurismo patriarcal de esta cultura. Siempre sostenido en esos valores y, con ese patrimonio cargado en su mochila, entró al mundo de la imagen con la que miró, admiró y también criticó a su sociedad y en su tiempo.
En esa apasionada pero nunca apresurada búsqueda, el foco de su cámara se detuvo en diversos pequeños recortes del mundo que habitaba, construyendo sentido en cada rostro, en cada pequeño lugar, en cada mirada y, con ellos, dando forma a un cosmos, a una manera de concebirse en su tiempo y en su lugar, no ajeno a la sospecha de una fantasmática potencia de otros mundos paralelos y posibles.

